En las últimas horas, he visto publicaciones de algunos compañeros celebrando, con cierta euforia, que «se van» refiriéndose al oficialismo y sus militantes.
Y si bien entiendo que, por un lado efectivamente se van, porque a partir del 1o de marzo el oficialismo actual dejará de serlo, para que el Frente Amplio asuma un nuevo período de gobierno, el 4o en 25 años; por otro lado, no puedo evitar pensar que ese «se van» siempre expresa algo más profundo que el hecho circunstancial de estar, o no, al frente de un gobierno.
Los derrotados se van, sí. Pero sólo de los cargos de gobierno. De la máxima responsabilidad de gestión…
En un sentido más profundo y democrático, se quedan. Se quedan porque al país, esta «comunidad espiritual» como la definía Wilson, lo hacemos y lo construimos entre todos. Se quedan porque en el Parlamento habrá legisladores representando a la oposición. Se quedan porque en mayo ganarán varias Intendencias (espero que la de Rocha no esté entre ellas) Se quedan porque en los Entes Públicos y en los Organismos de Control necesitamos que haya representantes de la oposición. Se quedan, porque no es bueno ningunear, ni invisibilizar, ni ignorar a la otra mitad del país. Se quedan porque tengo muchos amigos y familiares que piensan diametralmente distinto que yo en política, y francamente, me importa un corno porque los quiero con todas nuestras diferencias.
Se quedan como nos quedamos nosotros en 2019. Pese a que en aquel entonces, muchos dirigentes y militantes blancos y colorados también nos decían: «se van»… y no, no nos fuimos. Acá nos quedamos. Porque somos parte de la construcción del país y de la sociedad. Aunque doliera. Aguantando las bromas y las burlas. Trabajando, soñando, y con la proa puesta en la esperanza.
Si alguien se fuera, se empobrecería nuestra democracia. Esta de la que tanto nos enorgullecemos, y que tanto nos diferencia en un contexto latinoamericano, ¡y mundial!, en el que las posiciones extremas, de suma 0, de negación del otro y la diferencia han avanzado de manera preocupante.
Ganar no nos da derecho a humillar a nadie. Ni a mandarlo a ningún lado, como tantas veces nos han mandado a nosotros a Venezuela o Cuba. Ni a cantar canciones de hinchada de fútbol, como la que el ex- Intendente Umpierrez (y otros dirigentes blancos) arengaron la noche del 27 de octubre en la Plaza Independencia… allá ellos y sus conciencias. El tiempo y el pueblo se encargaron de poner a cada quien en su lugar.
Entonces, y por si no quedaba del todo claro: de acá, no se va nadie… ¿estamos?