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La raíz imperial del conflicto: el rol británico en el origen del conflicto israelí-palestino (Parte 1)

“No hay problema grave en el mundo en el que los
ingleses no tengamos mucha responsabilidad”
Bertrand Russell

Introducción
El conflicto entre Israel y Palestina no es un accidente histórico ni una disputa ancestral irremediable.
Su configuración moderna, y particularmente su enraizamiento geopolítico, debe mucho al accionar
de las potencias coloniales europeas, en especial al Imperio Británico. Comprender cómo una potencia
ajena logró intervenir en la región y sembrar una semilla de conflicto duradero, exige recorrer la
historia de la diáspora judía, el surgimiento del nacionalismo moderno y las estrategias imperiales
británicas en la era del petróleo.
Judíos en Europa: una nación sin tierra y el dilema de la asimilación.
Desde la expulsión de los judíos de Judea por el emperador Adriano (132-136 d.C.), tras la rebelión de
Bar Kojba, comenzó la diáspora. Se dispersaron por Europa. Jamás volvieron. A algunos, no les
permitieron volver. Otros no quisieron. Hasta le cambiaron el nombre a su tierra prometida. Ahora era
Palestina.
Durante la Edad Media, toda Europa se convirtió al cristianismo. Los pueblos no convertidos, como
judíos y gitanos, pasaron a ser minorías permanentes. Mientras el islam era un imperio cohesionado,
los judíos quedaban como una nación sin territorio, esparcida y, por tanto, vulnerable.
A lo largo de los siglos, Europa expulsó a los judíos una y otra vez.
En general, los judíos suelen irse a las ciudades. Las ciudades brindan un cierto anonimato y pueden
prosperar.
Como siempre, tienen hechas las maletas, porque nunca saben cuándo los van a expulsar, han
aprendido a viajar ligero. Por eso no pueden tener tierras ni tampoco acostumbran tener un taller, o
algo que requiera mudarse con cosas que pesen. Al no poseer tierras ni talleres, desarrollaron oficios
portátiles y, sobre todo, capital intelectual. Aprenden a lo largo de los siglos a viajar con lo que pese
menos, y lo que dé los mejores beneficios. Así que lo que cargan es oro y conocimiento. Invierten en
la educación de sus hijos, mucho más que el cristiano promedio, porque como el conocimiento no
pesa, les permite tener de qué vivir en el lugar a donde lleguen.
Para el siglo XIX, cuando Europa aún era predominantemente agrícola y analfabeta, los judíos ya eran
banqueros, abogados y médicos.
Europa se abre un poco más a que los judíos puedan entrar en algunos cargos públicos. Entran como
asesores, como médicos, como abogados, e inmediatamente ascienden.
En ese mismo siglo, se dan las guerras napoleónicas, las revoluciones, que van creando los estados
modernos.
Con el surgimiento de los estados-nación, comenzaron las tensiones contra los judíos.

Mientras Europa fue feudal o monarquía absoluta, los estados nacionales no estaban configurados de
forma rigurosa. Pero el advenimiento del estado nación moderna, implica una identidad más
estrechamente vinculada a la política y la territorialidad.
Las nuevas identidades nacionales se basaban en una mezcla de territorio, etnia, lengua, religión y
cultura común.
Pero el sentido de pertenencia de los judíos residía en su cultura y religión, no en el suelo que
habitaban. Se sienten un pueblo con una identidad distinta, que los separa de la mayoría. No se
terminan de asimilar a la sociedad en donde viven. Conviven, pero se integran parcialmente. Es como
tener una nación dentro de otra nación.
Esta particularidad generó incomodidad: eran parte de la sociedad, pero no plenamente integrados.
Y para agravar más la situación, el darles derechos iguales les da ventajas a los judíos, porque están
muy preparados profesionalmente. A igualdad de derechos, los judíos se acomodan mejor en las
posiciones de poder. Además, ya tienen dinero, entonces también tienen influencia económica y
política. Las leyes los han limitado, pero cuando esos límites se relajan, los judíos toman posiciones
muy rápidamente, generando la percepción de que “tomaban más poder del que le correspondía
proporcionalmente al número de individuos”.
Esto alimentó el antisemitismo político.

El antisemitismo político y la pregunta sin respuesta.
En Francia es conocida la historia de un militar francés judío acusado de traición y espionaje: el Capitán
Dreyfus. Los fiscales franceses lo acusan y es el chivo expiatorio. Lo juzgan y lo encierran.
Pero esto empieza a crear un verdadero problema social. Hay enfrentamientos, hay problemas en las
calles. Finalmente, Dreyfus logra probar su inocencia, y resulta que había sido un francés el traidor.
Y esto, en lugar de calmar las cosas, aviva el avispero.
Ya hay partidos políticos; ya hay elecciones. En todas partes, los candidatos ven que mostrar una
postura nacionalista y antisemita, funciona, porque el europeo común siente desconfianza hacia los
judíos. No olvidemos la carga, yo diría “genética” antijudía, inserta en la sociedad desarrollada.
Los judíos eran percibidos como una nación dentro de otra nación, y esa ambigüedad resultaba cada
vez más intolerable para los proyectos nacionales europeos.
Así que los políticos de toda Europa aprovechan esa desconfianza y usaron el antisemitismo como
herramienta electoral.
Europa ya no sabe qué hacer con los judíos. Exacerbados racistas como son, los ingleses, franceses,
alemanes, ucranianos, rusos, etc, quieren quitárselos de encima.
En Inglaterra, entre los protestantes, aparece la idea de que cada pueblo europeo se ha ido haciendo
de su espacio nacional, y que, si a cada nación corresponde un pueblo, lo ideal sería que los judíos
tuvieran su propio país.
Y, además, como en el calvinismo predomina la idea de la libre interpretación de los textos bíblicos,
aparece una idea entre algunos grupos fundamentalistas protestantes, que la segunda venida de Dios
no ocurrirá sino hasta que los judíos se reunifiquen en Tierra Santa.
Si todos los pueblos europeos ya tienen su nación, ¿por qué los judíos no habrían de tenerla?
El problema es que los judíos han vivido en Europa. Tener una nación judía en Europa implica tomar
un territorio europeo y hacerlo un estado judío. Ahí es en donde viven mayoritariamente.
Para los judíos en el este de Europa, en Rusia, la cosa no estaba mejor.
El zar Alejandro II, que estaba llevando adelante ciertos planes reformistas, fue asesinado en un
atentado. Su hijo y sucesor, Alejandro III de Rusia, al asumir, inserto en una gran crisis social y
económica, echó por tierras todas esas pretensiones reformistas y reprimió ferozmente a toda
oposición. Y sin dudas, alimentados por el resentimiento económico, social y político que campeaba

por Europa, fue fácil culpar a los judíos de haber participado colectivamente en la conspiración de
asesinato del zar (uno de los magnicidas era judío). Este clima generó los célebres y tristes POGROMOS
(devastación), del cual fueron víctimas los judíos.
Se denomina pogromos a los linchamientos multitudinarios, espontáneos o premeditado a un grupo
particular, étnico o religioso, acompañado de la destrucción o el expolio de sus bienes (casas, tiendas,
centros religiosos, etcétera).
Estos disturbios antisemitas que arrasaron Ucrania y el sur de Rusia, con golpizas, muertes, destrucción
de templos, comercios y propiedades de judíos, llevaron a que el nuevo zar implementara las “leyes
de mayo”, también conocidas como “Reglamento Temporal acerca de los Judíos”, leyes para “resolver
el problema judío”. Increíblemente, para resolver el problema, estas leyes prohibían a los judíos vivir,
comerciar o poseer propiedades en zonas rurales y pueblos pequeños, entre otras restricciones.
Como era previsible, las Leyes de Mayo fomentaron un clima de antisemitismo y persecución, y
tuvieron consecuencias devastadoras para la comunidad judía en Rusia, provocando migraciones
masivas y un aumento de la tensión social. Unos 2 millones de judíos migraron a EEUU y Argentina
preferentemente.
Así están de fermental las cosas para el inicio y la consolidación del Eretz Israel (antiguos reinos de
Judá e Israel) sea una realidad, cuando empieza el siglo XX: el Sionismo.
Sionismo se refiere al monte Sion, una montaña cerca de Jerusalén, y a la fortaleza de Sion en ella. Más
tarde, durante el reinado del Rey David, el término «Sion» se convirtió en una forma poética para
referirse a toda la ciudad de Jerusalén y a la Tierra de Israel. En muchos versículos bíblicos,
los israelitas fueron llamados el pueblo, hijos o hijas de Sion.

por : Charlie Loyarte.

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