jueves, 5 de diciembre de 2024

¿Qué hacer por la cultura de Rocha?

“Izquierda sin cultura no es izquierda” (Mariano Arana)

En verdad el alegato de la globalización concebida como el hambriento monstruo capaz de devorar aquellas regiones más vulnerables del planeta ya no tiene sentido. Nos agrade o no, coexistimos en una macro y micro comunidad, (o “aldea global”), sin otra alternativa, al parecer, que convivir también, (más allá de la resistencia crítica), con todos aquellos desequilibrios y desigualdades sociales resultantes de la omnipotente lógica capitalista. Desconocer u omitir semejante coyuntura sociocultural y política sería tan paupérrimo como dejar de cuestionar las mismas reglas de juego que mantienen activa a su brutal maquinaria; esencialmente cuando ésta, además de ser impuesta sin un consenso unánime, (ya que nuestro sector se opone diametralmente a su rigor), deterioran o coartan las posibilidades de sustentabilidad y resiliencia, vulnerando, al unísono, derechos y garantías de aquellos ciudadanos más inermes de nuestra localidad.

Nos posicionamos en un proceso de nuevas “cartografías culturales” que se entrecruzan y demandan intervenciones más directas y estratégicas por parte de un gobierno que debiera ser competente para asumirlas con responsabilidad. Dentro de la disputa de la cultura como recurso y de los riesgos que viven las “recientes culturas”, hay que observar las tendencias con las cuales tenemos que interlocutar. Si bien el campo de la “Gestión Cultural” tiene más de 35 años, la efectividad de su razón de ser, (un servicio social), se encuentra siempre en constante cuestionamiento y es motivo, bajo ciertas administraciones, de fundadas reflexiones; sobre todo a la hora de aludir al alcance de una gestión o dirección oportuna en el rubro. Rubro aún insuficiente para nuestro departamento, sumido en discursos operantes de una política gubernamental intermitente, de microempresas, con emprendimientos y accionar comunitario semimarginal, (sin mayor participación ni consulta de colectivos referentes), y en pugna por ser “visualizada” o reconocida como el éxito de una facción política, antes que gravitar con incidencia en la construcción conjunta de una cultura perdurable para la comuna; factible de generar efectos multiplicadores como proceso y no como “evento mediático” unilateral. Se trata, en definitiva, de articular las cadenas de valor cultural con sus otros componentes como: evaluación, planificación, inversión, ingreso, producción, distribución, circulación y consumo de bienes y servicios culturales que canalizados y potenciados por las organizaciones culturales, en su proceso de conversión a empresas que asimilen los conceptos, métodos y procesos de una administración estratégica de las culturas.

Hay quienes piensan que dedicarse al arte o desarrollar un proyecto abarcativo de cultura implica una “cultura de los pies descalzos”, y entonces, pretenden diferenciarse de las empresas como organizaciones culturales que no se mezclan con esa lógica de negocio de las industrias culturales. El resultado es que las organizaciones que hoy no se constituyen como empresa corren el riesgo de perecer, y deben ocupar al Estado y mecenas que quieran apoyar a la organización cultural, que tiene como objetivo hacer inserción constructiva de tejido social de gran escala con los marginados. En la actualidad las empresas como los emprendimientos culturales son asunto socioeconómico de primer orden, que requieren construir sus bases de subsistencia con el solo hecho de mantener continua y sostenible su acción. Al referirnos a la efectivización y extensión de este accionar, aludimos también a la inserción en el juego de relaciones de fuerza y de sentido para construir recursos, y como tal, nos referimos a operar con toda la racionalidad de una empresa que integre diversos intereses y lógicas, que asuma todo el bagaje que la administración le puede proporcionar.

Si hablamos de gestión cultural en lugar de administración cultural es porque a diferencia de este último campo, la gestión no se rige por reglas dictadas desde fuera sino por un ejercicio de pensamiento y responsabilidad en función de un objetivo específico. Gestionar es definir estrategias que tienen en otros sujetos –individuales a colectivos- su contraparte. Es, por tanto, un ejercicio dialógico en el que hay que tomar decisiones que minimicen los daños o incluso que potencien los efectos.

¿Qué financiar en cultura? ¿Se deben apoyar las iniciativas comunitarias en función de que son más los beneficiados o hay que atender los intereses creativos de los artistas profesionales? ¿Debemos dirigir los esfuerzos hacia las tradiciones populares o abrirnos de plano a la cultura de masas? Nuestro enfoque nos conduce indefectiblemente a desconfiar de los que tienen respuestas definitivas a estas cuestiones y nos inclinamos más bien a pensar que hay que afrontar el duro camino de dialogar con los interesados para encontrar las vías más justas, más equitativas de distribución de los recursos que por definición siempre suelen ser escasos. La gestión cultural supone, por ende, optar pero no entorno a lo que es rentable económica o electoralmente sino en lo que cumple con los objetivos sociales de la cultura: fortalecimiento de la autoestima personal, apoyo a las identidades colectivas, fomento a la creatividad, desarrollo social (con equidad y respeto al ambiente), atención a las “emergencias culturales”, etc. Precisamente, desde nuestro sector pretendemos evitar la simplificación de que la gestión cultural sea una actividad que pueda identificarse llanamente con la administración de un programa o, peor aún, con la búsqueda casual de recursos. Nuestro criterio es que esta actividad es consecuencia inequívoca del despliegue de los tiempos que corren, con sus exigencias, (y a veces ausencias), de racionalidad, pero también de conflictividad, complejidad y toma de decisiones políticas. Así, la gestión en cultura es una respuesta a un encargo social, éste no es sino una expresión de la maduración de una sociedad participativa en la que resulta natural democratizar la información, y en lo posible, anticiparse a nuevas necesidades, situaciones y problemas. En quien lea, radica la decisión del acierto…

Darío Amaral

Docente de Educación Especial, estudió Literatura en el Instituto de Profesores de Artigas, (IPA). Sus cuentos y poemas han sido seleccionados en varias antologías y revistas de Uruguay, Argentina, Chile, México y España.
Libros publicados: «El Estampido de la Entraña Oriental», «Confesiones de un Oriental cuerdo en desacuerdo» y «La Melancólica Oquedad del Caracol Ermitaño».
Participó en seminarios y talleres de lecto-escritura y gestión cultural. Ha recibido diversos reconocimientos nacionales e internacionales.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio