Ya con el título del Apertura debajo del brazo Peñarol derrotó 2-0 a Racing en el Estadio Centenario en el partido que cerró la fecha 14. Más allá de celebrar junto a sus hinchas el logro, la gran misión que tenía el equipo carbonero era otra: ganar y sacar siete puntos en la Tabla Anual. Y lo hizo con goles de Máximo Alonso y Matías Arezo, este último para llegar a 9 goles y alcanzar a Juan Ignacio Ramírez (Nacional) en lo más alto de la tabla de artilleros.
Mire qué sencillo es hacer una jugada efectiva en el fútbol. El centrodelantero se pone de espaldas al arco, recibe, mira hacia un lado, mira hacia el otro, elige la que cree es la mejor opción, hace la descarga a un puntero rápido, éste llega hasta el fondo, aprovecha que el compañero que le pasó la pelota llegó corriendo hasta el área arrastrando todas las marcas para y mete el pase al sector ciego, ese que nadie está mirando. Por allí llega el otro puntero y mete el gol.
Los que peinan canas saben que esta fue una fórmula muy exitosa del fútbol uruguayo. Los de Peñarol recuerdan la cantidad de goles que hizo su equipo en la década de 1980, cuando era protagonista en la Copa Libertadores.
Esa jugada no fue exactamente la que derivó en el 1-0 en el minuto 65, pero sí muy similar. Tuvo matices, entre otras cosas porque Peñarol tenía a esa altura un doble 9, pero el que bajó a pivotar fue Bruno Betancor (quien ingresó al minuto 7 por la lesión de Abel Hernández) para poner a correr a Nicolás Rossi. Éste fue el que llegó en velocidad por izquierda, Matías Arezo el que arrastró las marcas y Máximo Alonso el que llegó a defender.
Se dice fácil, pero no es tan sencillo, sobre todo para este Peñarol tan limitado técnicamente, que falla tantos pases y que fue incapaz de hacer un solo remate al arco en los primeros 45 minutos. ¿Se podía esperar más de esta versión aurinegra? Sí… y no.
Sí porque ya no tenía urgencias, se había ido la ansiedad negativa de la que había hablado el técnico Alfredo Arias y porque tenía una gran ocasión de reivindicarse en lo futbolístico. Peñarol podía jugar liberado, pero no lo hizo y desaprovechó la oportunidad de dejar conforme a su gente.
No porque podía sufrir el afloje de haber logrado el objetivo y porque en definitiva eran los mismos jugadores que han jugado tan mal en los últimos encuentros. Ojo, no los mismos que fueron vapuleados por Defensa y Justicia por Copa Sudamericana la semana pasada, porque Arias cambió medio equipo: los dos laterales (jugaron Pedro Milans y Lucas Hernández), un volante ofensivo (Kevin Méndez) por un zaguero y dos delanteros (Nicolás Rossi y Abel Hernández). A eso hay que añadirle que varió el sistema táctico, poniendo un 4-4-2. De nada sirvió, porque el equipo volvió a brillar por su ausencia en la primera mitad.
El propio técnico esta vez lo resolvió bien, porque para la segunda mitad puso a Rodrigo Saravia, quien le dio una salida más prolija al equipo y así los delanteros, que habían quedado aislados, comenzaron a recibir balones. Las lesiones de Abel y Méndez le habían hecho quemar dos variantes en los primeros 45 minutos, pero al final Peñarol salió airoso. Abrió el partido con el gol de Alonso y lo cerró con el de Arezo, quien volvió a convertir luego de 849 minutos (el equivalente a 9 partidos y medio aproximadamente) no sin antes fallar un penal (en realidad se lo contuvo Gentilio) del que tomó el rebote para mandar el balón a la red.
No hubiera sido lo mismo celebrar el título sin un triunfo, pero lo más importante fue haber ganado para abrir la brecha con Nacional a siete puntos. Peñarol es campeón, pero la verdad es que debería hacer borrón y cuenta nueva, porque fue de más a menos. Quizás la moraleja principal que dejó este partido al técnico Arias fue que, como ya lo había comprobado en la primera parte del torneo en la que fue el mejor equipo, al fútbol se gana atacando por las puntas. Así abrió el partido ante Racing y su gran trabajo será consolidar a los que mejor se mueven por las bandas para volver a ser el Peñarol arrollador de inicio de temporada.
La Oral Deportiva.