“Izquierda sin cultura no es izquierda” (Mariano Arana)
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La cultura de la “escucha” requiere, por parte de una dirigencia política comprometida, valoración, negociación y diálogo. Desde esta dimensión, que impele además apertura, se demanda admitir que los dogmas que nos constituyen se diluyan en un incisivo intercambio, lo que conlleva, a su vez, simbolizar las vivencias, eventos, sentimientos y pensamientos de nuestros interlocutores. Es decir, aunque la historia, (o realidad), sea compartida cada individuo la percibe y testimonia desde su particularidad, sus vivencias y experiencias. En esta dimensión de la “escucha” responsable es donde se sitúa el otro, donde nos adentramos en sus inquietudes y necesidades para dejar de concebirlo como parte de una masa (socio-cultural) uniforme u homogénea. Promover un diseño de cultura de paz apropiado, sustentado en la base política de una descentralización con participación ciudadana, en virtud de problemáticas veraces y en atención a contingentes comunitarios heterogéneos, ha sido precisamente estandarte histórico del MPP y constituido una inflexión en la diagramación de sus programas y planes de gobierno. La participación efectiva de los mediadores,(referentes o dirigentes), locales en los procesos de retroalimentación con la programación política de un gobierno es crucial para que el modelo adquiera una dimensión camaleónica, en constante actualización con los “diversos universos sociales” y que logre, al unísono, adecuarse , (o replicarse), también en comunidades particulares o específicas mediante actores políticos que conozcan plenamente las problemáticas y conflictos del entorno a incidir para que en ellos no prosigan reproduciéndose determinismos perniciosos o nocivos, (fundamentalmente para las infancias).
La consigna en cuestión alude precisamente a que esta práctica política descentralizada pueda expandirse y emplazarse en la más amplia gama de “variabilidad de contextos”, (tanto en los vulnerados como en aquellos más favorecidos). Volvemos, nuevamente, a aludir a una concepción de práctica cultural dinámica, proactiva, inclusiva y de significativa incidencia en las condiciones de vida de los ciudadanos; extensiva y aplicable a cualquier ámbito de la vida, garantizando la autonomía y entendiendo la cultura como un concepto inacabado en donde coexisten diversas visiones y no una única y rígida visión de cultura.
En nuestra concepción, la descentralización en las intendencias departamentales no refiere únicamente a la puesta en práctica de una desconcentración de servicios comunitarios, no. Abogamos por un verdadero marco de participación ciudadana con respeto y promoción del pluralismo político como del respeto hacia la autonomía de la sociedad civil, sin otro límite que el impuesto por las exigencias de la convivencia colectiva. La participación ciudadana implica, por ende, ceder también el máximo “poder” que sea factible en pro de dar atención, (y “escucha”), a aquellas “emergencias culturales” mayoritariamente constituidas por sectores postergados, excluidos, desocupados e informales que poseen inferiores, (e injustos), niveles orgánicos y que, casi por antonomasia, denominamos “minoritarios”, como si ello significara una suerte de atenuante o lógico consuelo. Hoy, más que nunca, debemos reestructurar, fortalecer y afianzar los lazos con cada sector relegado, afectado por la iniquidad territorial, (población rural), la informalidad y precariedad laboral, entre muchas otras carencias. Debemos, por encima de nuestras alianzas naturales con el movimiento social, sindical y estudiantil, llevar adelante acuerdos, programas y proyectos tejidos, o en estrecha vinculación, con aquellos sectores que coyunturalmente vienen siendo perjudicados por el deshumanizado modelo económico imperante. La cultura de la “escucha” puede ser, en un principio, el camino…
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Por otra parte, una revisión general del actual panorama social y sus actores, indefectiblemente acaba indicándonos que aún es bastante lo faltante en cultura política para evitar así que nuestra democracia sea una cooptación clientelar o acabe reduciéndose al exigido acto cívico de votar cada quinquenio. Toda política de desarrollo sostenible debiera, (además de su dimensión social, ambiental y económica), incorporar y asumir, como cuarto pilar, una consideración explícita para con la cultura y sus factores como la memoria, la creatividad, la diversidad y el conocimiento; basado en los derechos y libertades fundamentales para que cada quien aspire, al menos, a la perspectiva, (hasta ahora encomendada a la educación y a la economía), de concreción de un unívoco proyecto de realización personal.
La “cultura ciudadana”, (resumida como el cúmulo de comportamientos en relación a un grupo de pares y por fuera de los espacios privados), desempeña, o debiera desempeñar, un rol clave en ese fortalecimiento de la sociedad civil, en la preparación de la comunidad para una mayor o más plena participación, en la generación de una cultura política seria, en la formación de una ética civil desde las políticas públicas, en la construcción de nuevos y activos referentes, en el cuestionamiento a conductas propias,(o impropias), al igual que en el desarrollo de proyectos que nos conduzcan a espacios de entendimientos, empatía y respeto por el prójimo y no a su irracional exclusión. Es decir, ello implica indefectiblemente la creación de dispositivos para pensarse de manera crítica como sociedad y como sector; construir condiciones y subjetividades siempre “incluyentes”, al igual que poner en juego los diversos relatos de lo social y la diversidad de sectores sociales participantes; bogar por el fomento de narrativas locales, por el contacto o encuentro intergeneracional e intercultural, así como la exploración de estéticas emergentes y el empoderamiento de las comunidades. En estos dispositivos habrán de generarse, además, alianzas público-privadas: un desarrollo conceptual y metodológico de colectivos culturales y artísticos, y sus propios recursos, los que históricamente ha sido una inversión pública, social, no cuantificada y, por tanto, no valorada. Por lo que, valorarla, cuantificarla, concebirla como aporte de las comunidades a los proyectos públicos de transformación y progreso de una sociedad resulta un verdadero imperativo. Nos referimos a construir y reconstruir, mediante una actitud empática y “asertiva” el tejido social del que formamos parte; propiciar espacios de acercamiento y diálogo, de debate colectivo, de encuentro de diferencias, de elaboración de propuestas, (o posibilidades), para enfrentar y/o superar las problemáticas estructurales que sofrenan el avance comunitario. Para entenderlo y arribar quizá a esa “respuesta cultural” necesaria, aún estamos a tiempo de plantearnos, entre muchas interrogantes, algunas que, factiblemente, a la hora de legitimar y convalidar nuestro voto, no excluyan la posibilidad de que acabemos, como en otras instancias, equivocándonos. Una pertinente interrogante, en pos de avizorar un proyecto de comunidad más próspera, tal vez podría ser: ¿cuáles son aquellos elementos que nos unen como sociedad, que nos integran como cultura y cuál candidato puede aproximarse a responder positivamente por ellos?